lunes, 13 de mayo de 2013

“Si hubiéramos guardado las figuritas, hoy no tendríamos nostalgia”


No sabían los chicos del pasado (no podían saberlo) que aquellos papelitos que manipulaban con sus manos sucias de ir a la escuela o de robar mandarinas en las tapias, serían piezas de un nuevo coleccionismo cuyo valor hoy se revela inestimable.
Nunca hubieran podido saber los chicos de antaño que aquellos jugadores impresos en cartón redondo que se jugaban contra la pared, que aquellos tarjetones del “Lobo” Fischer y Rattín, que aquellas caricaturas del “Pato” Fillol, de Houseman y el “Chivo” Pavoni, hoy serían piezas de museo.
Tampoco lo sabía, hasta hace muy poco tiempo, Rafael Bitrán, historiador y librero porteño quien seguro pasará a la historia como el autor de los primeros catálogos de figuritas nacionales. También como uno de los primeros investigadores en aplicar un rigor cuasi filológico para comprender un fenómeno social que involucró la niñez de millones de argentinos.
La confección de un catálogo único
Estamos en su librería de usados de Pueyrredón 731 en la Capital Federal. Y allí, al mediodía de un sábado mientras habla por teléfono con sus hijos pequeños (el tema es un cuestionario de fútbol de todos los tiempos donde hace gala de la historia de su amado Boca Juniors) Rafael se hace un tiempo para esta entrevista.
-¿Cómo empieza esta pasión tuya por los “ídolos de cartón”?
-De pibe era fanático de las figuritas pero no me quedó casi nada. Y es que las figuritas se tiraban. Pero cuando puse este local y empecé a comprar libros, empezaron a aparecerme también algunas figuritas que me ofrecían. Y eso me re entusiasmó. Era el año ´92. Y entonces me puse a coleccionar solamente las de Boca, después todas las de fútbol que encontraba, y al final todos los álbumes de mi época.
-Por lo que se ve, la cosa no terminó ahí…
-No. La cosa se abrió más todavía. Y entonces empecé a coleccionar todo lo que eran figuritas argentinas hasta los años ´80, porque hasta esa época, las figus mantienen más o menos el mismo estilo. En el año 2002, cuando hacía ya diez años que coleccionaba, mis amigos me alentaron a publicar un libro. Y entonces con mi amigo Francisco Chiappini hicimos el primer catálogo de figuritas de fútbol: “Malditas difíciles”. Después sacamos “Ídolos de cartón”, que abarca otros temas, como los actores de cine, los personajes de historieta y los Titanes en el Ring….
-¿Fue difícil catalogar las figuritas nacionales?
-Sí porque no existía ninguna fuente a qué agarrarse. Y es que las empresas que publicaban hasta los ´80, desaparecieron todas. Pero lo más difícil fue determinar qué era figurita y qué no era; es decir, unificar criterios.
Y entonces con admirable precisión metodológica, Rafael explica en qué radicaba tal dificultad.
“Había dos criterios. El primero, muy estricto, dice que figurita es sólo aquello que viene envasado como producto exclusivo. El segundo, el más amplio, incluiría todos los cromos que, entre fines del siglo XIX y principio de los años ´30, acompañaban las golosinas y sobre todo los cigarrillos; es decir que estaban dirigidas a un público adulto. En este segundo caso, la figurita no era algo exclusivo, sino un producto que acompañaba a otro”.
Y la dupla Bitrán-Chiappini se inclinó, finalmente, por el criterio más amplio.
“Es raro –continúa Rafael- pero la figurita como tal, empieza en nuestro país después de la Segunda Guerra Mundial. Y empieza, justamente, con “Nestlé”, que antes sacaba las figus en los chocolates. Y también con “Starosta”, que es el símbolo de la figurita nacional entre los años ´30 y los ´50. En los ´60, la empresa clave se llama “Crack”, fundada por ex jugadores. También aparece “Stani”. A partir de los ´80, las multinacionales terminan copando el mercado, que es lo que se mantiene hasta el día de hoy.
 Posmodernidad sin figus difíciles

-¿Los chicos de hoy ya no juntan figuritas?
-Juntan, pero de una manera muy distinta. Las generaciones de pibes nacidos entre los años ´20 y ´80, con todas sus diferencias, compartían algo, y era el hecho de saber que las figuritas constituían un divertimento de los 5 ó 10 que tenían. Para el chico nacido a partir de los ´90, la figurita es un divertimento entre mil estímulos visuales distintos. Y en sus imaginarios, las “figus” pierden contra la computadora con sus miles de programas, contra Internet o contra la Playstation… Los pibes de hoy casi no juegan a las figuritas. Y no sólo porque no les interesa demasiado, sino porque las “figuritas ya no vienen de chapa ni de cartón; ya no están concebidas para jugar.
-Además, hoy se pueden mandar a pedir las que faltan para llenar el álbum a la compañía que las fabrica…
-Claro. Ya no hay más difíciles. Pero si las hubiera, ¿qué le vas a ofrecer a cambio a los chicos? ¿una pelota? Los pibes de ahora tienen mil pelotas. Hoy las podés conseguir baratas en cualquier supermercado. En mi época, en cambio (y yo nací en el ´66) la pelota era casi un lujo, un artículo difícilmente accesible.
-¿Tu generación no valoraba el álbum en sí?
-El álbum nos gustaba, pero en esa época no teníamos la perspectiva del tiempo ni de la desaparición del objeto. Cómo será que en mi búsqueda de figus, yo trato de rescatar los sobrecitos, algo que tirábamos de manera inmediata y que hoy es una de las piezas más difíciles de conseguir. Lo cierto es que si todos hubiéramos guardado las figuritas, hoy no tendríamos nostalgia.
-¿Dónde se consiguen las figuritas de colección?
-Esencialmente en Internet. También en plazas y ferias de libros, como Parque Rivadavia, acá en Buenos Aires. Pero ahí normalmente encontrás figuritas de los años ´90 en adelante.
-¿Hay algún precio oficial de catálogo para las figuritas antiguas como lo hay, por ejemplo, para las estampillas?
-Es imposible ponerle un precio a las figuritas. Aún vendiéndolo carísimo, un álbum termina siendo siempre barato. A diferencia de las estampillas, las figuritas nunca van a tener un precio de base, porque las estampillas, mal que mal, se guardaban. Siempre se supo que tenían valor. Si yo soy filatelista y tengo diez mil dólares, voy a las grandes casas y me compro un montón de cosas. Pero si con esa guita quiero comprar figuritas, nadie me garantiza que consiga lo que quiero. Con esto te quiero decir que las figus no dependen de la plata. Además, lo que conseguís en filatelia de manera mecánica, no se compara con el misterio de encontrar una figurita que buscaste mucho tiempo.
-¿Importa mucho la poesía de la búsqueda?
-Claro. Esto no es sólo coleccionismo del pasado, sino del presente. Porque en verdad, yo más que figuritas terminé coleccionando momentos, esos que fui viviendo con la excusa de juntar jugadores. Y esos momentos son amigos, son encuentros, son alegrías…
Coleccionistas de la melancolía
-¿Cómo definirías el perfil de los coleccionistas de figuritas? 
-En general, es gente entre 30 y 45 años que sintió la llegada del “viejazo”. Generalmente esa melancolía te agarra cuando terminaste la universidad o te casaste o tuviste pibes. Entonces tenés una perspectiva de la vida que antes no tenías. Antes, el tiempo era sólo avanzar. Después ya empieza a no ser tan así.
-¿Se puede recuperar la niñez perdida con las figuritas?
-Se pueden recuperar sensaciones, olores, momentos que uno creía perdidos. Aunque te parezca mentira, las figuritas te abren puertas secretas de la memoria. Yo tengo una figurita que no sé por qué, me hace acordar a un olor que ya no lo puedo describir…
Será por eso, por la recuperación tan singular de las sensaciones, que ni los 500 álbumes ni las cientos de miles de figuritas que fue comprando Rafael desde que tiene su librería, se comparan en valor afectivo a las que sus manos de niño supieron conseguir y que aún conserva.
“Son pocas las que me quedaron pero son las más queridas. A esas las tengo aparte”, dice, como si hubiera salvado en una pequeña Arca de Noé un pedazo de su infancia en formato de pequeños cartoncitos polícromos.
“Por más que a esas mismas figuritas las consiga mil veces comprándolas, no es lo mismo”, jura y perjura Rafael. Y las almas melancólicas que perdieron mucho más que la infancia, se lo creen a rajatabla.
En busca de la infancia perdida

El referí en el álbum de figus “Canchita” de fines de los ´70 con los personajes de historieta jugando para River y Boca, Independiente y Racing, Huracán y San Lorenzo; la Mona Chita del álbum de Tarzán en los ´60; la bandera de Mali en una serie de los años ´50; la tarántula de “Maravillas del mundo” a principios de los ´80, la tarjeta de Mukombo, delantero de Zaire en Alemania ´74 o la redondita de Juan Carlos Puntorero, delantero de Atlanta en el álbum “Fulbito” de 1964; y sobre todo la “troquelada” del “Lobo” Fisher, delantero de San Lorenzo, en el álbum “Crack” del ´68… ¿Quiénes, de todos los hombres que lean esta nota no van a recordar alguna de las “difíciles” que “no supiéramos conseguir”? ¿Quiénes no buscamos en interminables siestas de la memoria una de aquellas figuritas imposibles que nos hicieron soñar como un Santo Grial a un soldado de las Cruzadas?
Pero en aquellos tiempos, las figuritas no sólo nos obligaban a un pequeño safari filológico entre las manitos sucias de nuestros compañeros de grado. También nos impulsaban al desafío viril cuando nos jugábamos el montón de repetidas contra el mejor jugador del barrio. O al negocio mercantil cuando buscábamos cambiar “una” fácil por una “difícil” o pagar pocas por una que sabíamos que valía muchas. Pero sobre todas las cosas, las figuritas nos obligaban “al conocimiento”; eran pedacitos de información enciclopédica que nos permitía reconstruir el mundo. Como si a todo el saber lo hubieran convertido en papel picado y tirado en una fiesta de carnaval sobre las cabecitas de todos los niños. Hoy, muchas de esas cabecitas que hoy peinan canas, reconocen que aprendieron las capitales del mundo, las banderas de América, las ciudades alemanas del mundial, la fauna del África, los mapas y los escudos de las provincias argentinas o la producción y las costumbres de los principales países del mundo gracias a coleccionar figuritas. En esta ciudad, se supo que algunos futbolistas que compartieron campito con varios de nosotros, también salían en las figus: José Gilli, la “Pepona” Reinaldi, el “Zurdo López, el “Loco” Salinas, Claudio Arzeno, el “Cachorro” Lupo; el Negro Miguel Angel Ludueña; Mauro Rosales y Franco Jara… Pero lo que aprendimos todos los varones, era que una pelota que se ganaba por llenar un álbum, era mejor que cualquier pelota regalada del planeta. Aunque hoy, muchos daríamos todas las pelotas por un solo álbum de aquellos, acariciados por nuestras manos de cachorro de la raza humana, en un intento por recuperar la infancia perdida. La razón le asiste a Rafael Bitrán cuando dice Si hubiéramos guardado las figuritas, hoy no tendríamos nostalgia”
 fuente: http://www.elregionalvm.com.ar/?p=600

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